Era un día más dentro de una caja de cartón. Las últimas personas que solían quedarse a limpiar ya hacía tiempo que se habían ido. En un pequeño cajón empotrado en el mueble en el que siempre habían guardado los aparatos ortodóncicos, se encontraba ala caja número 13 empezando por la izquierda en la que estaban unos brackets que llevaban ocupando ese puesto desde que se llevaron a la última, pasando de ser la decimocuarta a ser la decimotercera. No se sabe si por un maleficio o un hechizo esa posición otorgaba a el que estuviese en él la oportunidad de cobrar vida cada luna creciente (que tenía la curiosa formar de una sonrisa hacia un lado). Aquella era la primera, y tal vez la última oportunidad, que tenía de salir y conocer mundo, ya que cuando acabara la noche todo volvería a ser lo mismo.

Golpeó la caja hasta que ésta cayó. Rodó por el suelo y se levantó aturdida por el golpe. Abrió los ojos por primera vez y vio lo que había en el exterior. Un mundo nuevo y apasionante estaba allí, esperando a ser descubierto por él. No tenía ni idea de cómo moverse, pero de alguna manera lo consiguió. Torpemente pudo ponerse a dar saltitos e ir avanzando poco a poco.

  • Es increíble – dijo en voz de susurro- hay algo más allá de la caja…

Estaba oscuro y no se veía más que lo que iluminaba la luna pero, aún asó, tenía la sensación de que le estaban observando a través de las sombras, pero no por eso iba a parar de admirar lo que estaban viendo sus ojos. Enormes mesas y  otros muebles decoraban la pequeña estancia que a sus ojos era colosal. De repente, algo salió de la oscuridad y se abalanzó sobre él, tumbándolo en el suelo. Sin decir palabra lo arrastró mientras el bracket gritaba:

  • ¡Suéltame! –gritaba sobresaltado
  • ¡No grites! – dijo una voz desconocida

Le arrastró hasta lo que parecía una grieta en la pared. El secuestrador le llevó forzadamente hacia una pequeña sala circular situada tras el pasillo que formaba la grieta. Cuando se iluminó la estancia se pudo ver que el secuestrador era un cepillo de dientes azul, algo gastado pero con seriedad y fortaleza en el rostro. En la sala había más objetos como pastas de dientes, ortodoncias, espejitos, etc. Todos ellos mirando al bracket con curiosidad y recelo en la cara.

  • ¿Cómo te llamas? – preguntó repentinamente un espejito con voz profunda.
  • No lo se – dijo tímidamente

Era la verdad. En la poca vida consciente que llevaba no se había parado a pensar en cómo se llamaba, lo cuál no le había importado hasta el momento.

  • ¿Puedo sugerir un nombre? –dijo seriamente el cepillo
  • Adelante – dijo el espejito
  • Te llamarás Trece.
  • Buen nombre – dijeron algunos miembros del grupo.

A Trece le gustaba mucho su nuevo nombre. Pensó que había sido ese número el que le había dado la vida. Eso significaría que el cepillo le había estado observando incluso antes de que saliera.

  • Zarg, preséntanos- dijo un dentífrico muy largo de color verde.
  • Sí. Soy Zarg; él es el líder Therc – dijo señalando a aquel que le había incitado a hablar- Estos son Huno, Dous, Cauter, Ocinc, Sies, Septra…

Uno por uno fue citando los nombres de cada uno de los artolugios que estaban en aquella pequeña pero alta sala. Sus nombres se parecían a números pero cifrados o en otro idioma, lo cual no era lo que más el sorprendía de aquel lugar. ¿Por qué le habían llevado tan bruscamente a este sitio? ¿Para qué le querían? ¿Le dejarían salir de allí? Eran muchas preguntas y no las podía preguntar todas directamente.

  • Gracias por las presentaciones pero ahí fuera hay un mundo inmenso por descubrir y yo o tengo mucho tiempo, de hecho, sólo unas horas.

Trece se paró en seco. Un tornado de preguntas se le vinieron a la cabeza con solo oír esa frase. ¿Sería eso posible? ¿Podría existir la posibilidad de vivir eternamente? ¿Era verdad lo que le acaban de decir aquel cepillo al que sólo conocía desde hacía unos pocos segundos?

  • ¿Lo que dices es verdad? ¿Hay alguna manera de vivir para siempre?
  • Sí, la hay. ¿Acaso crees que estoy desgastado por nada?- dijo Zarg

En aquello tenía razón. Desde el primer momento se podía ver que estaba desgastado, pero aquello no era una cosa exagerada, simplemente tenía algunos arañazos. No estaba nuevo como Trece.

  • Si eso es cierto, ¿cuánto tiempo llevas aquí? – preguntó Trece
  • Una semana –dijo sobriamente-. Para conseguir ese objetivo debes colaborar con nosotros. No te queremos hacer daño. De hecho, queremos que te unas a nosotros.

L a cara del cepillo parecía sincera, pero no acabaña de convencer a Trece.

  • ¿Cómo se que puedo confiar en vosotros?
  • Piénsalo chico – dijo una vieja pinza- ¿qué ganaríamos nosotros?
  • Supongo que tenéis razón, pero entonces… ¿por qué me tiraste al suelo y me arrastraste? – preguntó a Zarg.
  • – Porque no quería que huyeses. Tenemos pocas oportunidades de ayudar a aquellos rezagados que consiguen salir de sus cajas. Nosotros también vinimos así. Salimos de nuestras cajas y tuvimos la suerte de encontrarnos y sobrevivir juntos. Cada luna creciente vigilamos para ver si hay movimiento en los armarios. Muchos no han podido tener la suerte que nosotros y han pasado su única noche de libertad dentro de sus cajas. Pero si te das prisa aún puedes conseguir vivir indefinidamente. ¿Ves a ese de ahí?- dijo señalando al pequeño espejo redondo y sin mango, de los que se usan para verte la cara – es Deoz, el último al que pudimos rescatar.

En aquel momento, Trece se percató del pequeño espejito que había estado medio agazapado entre la gente durante la conversación. Le miró a la cara y vio que sus ojos y boca eran líneas difusas y el resto de su cara era reflectante.

  • Él te enseñará cómo – dijo Zarg
  • ¿No os necesito a vosotros? – preguntó Deoz
  • – Es fácil. Te enseñaremos bien como llegar. Y ya has hecho el recorrido muchas veces- dijeron algunos miembros del grupo.

Deoz indicó a Trce que le siguiera. Recorrieron el largo pasillo de la grieta por la que había llegado. Le explicó que había una puerta gigantesca que conducía a una sala donde había un tragraluz por el cual entraba directamente la luz de la luna creciente. Eso sería lo que le daría más tiempo de vida.

  • La luz llega por todas partes, pero sólo la luz directa será capaz de hacer el hechizo permamente- le dijo Deoz.

Estaban llegando cuando se quedaron parados delante de la inmensa puerta. Estaba cerrada.

  • ¡No puede ser! – gritó Deoz – ¡Está cerrada!
  • No te preocupes habrá alguna manera de abrirla, Deoz.
  • Por favor llámame Di, y sí, está cerrada.
  • ¡Eh! Ahí hay un tragaluz.

Al otro lado de la sala había otro tragaluz en que nadie había caído. El problema era que tendrían que cruzar toda la sala con los rayos infrarrojos activados.

  • ¿Crees que deberíamos intentarlo? – preguntó Di
  • Es la única manera. Déjame ir. Si activo la alarma, tú ya estarás lejos- le dijo Trece.
  • No me voy sin ti. Sinceramente, me has caído bien y nosotros no abandonamos a nadie.
  • Pues adelante.

Quién iba a decir que sólo unos días después Trece ya era un miembro del grupo y se pasaba las noches divirtiéndose con los demás y rescatando a aquellos que necesitaran su ayuda. Era la vida soñada por cualquier objeto destinado a usar y tirar. A la mañana siguiente de haber entrado por primera ve en el grupo los dentistas se dieron cuenta de que faltaba un bracket y nunca lo encontraron.

TITULAR  Una noche en la clínica

AUTOR  Gabriel Ponce

CURSO 2º ESO

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