Os voy a contar una historia que a mi me la contó hace tiempo mi abuela. Hace ya bastantes años en un pueblo un poco alejado de Granada vivía una mujer llamada Milabros a la cual no le acompañaba la suerte. Su marido murió muy joven por culpa de una extraña enfermedad teniendo que mantener ella sola a sus tres hijos: Rosario , Ángela y Roberto, ya que toda su familia tuvo que marchar a Barcelona en busca de trabajo. Tenían una pequeña casa de campo, con poco más  de tres cuartos y una chimenea para calentarse. En su corral tenían un pequeño gallinero, unas cuantas de cabras y un pequeño huerto con un pozo al lado.

Roberto era el pequeño de los tres, tenía trece años y era un niño muy risueño, siempre estaba alegre, ayudando a la gente a cambio de nada. A Roberto le encantaba darle de comer a sus animales y ayudar a su madre a coger los huevos de las gallinas. Para ir al colegio tenía que andar más de media hora pero aunque tuviera que levantarse temprano a él le encantaba ver a sus amigos y aprender todos los días.

Ángela tenía 15 años y no le gustaba sonreír ya que no tenía unos dientes muy bonitos. Se los lavaba a diario pero por no haber podido ir al dentista los tenía un poco torcidos y alguna que otra muela le dolía. Era una niña muy guapa con un pelo largo, castaño, unos ojos verdes, grandes y bonitos. Igual que su hermano iba al colegio, aunque en el fondo no quería porque sabía que si sonreía, los niños se burlarían de sus dientes.

Rosario era la mayor, tenía diecinueve años, y aunque no le gustaba estudiar, trabajaba en lo que podía para ayudar a su madre a criar a sus dos hermanos. Trabajaba de camarera en un bar cerca de casa y cuando terminaba se ocupaba del huerto y de las cabras.

Milagros era una mujer fuerte y trabajadora, pero se había venido un poco abajo al ver que no llegaban a fin de mes con el sueldo de Rosario, ya que ella ahora no tenía empleo. Una mañana estaba en el huerto y la llamó una vecina para ver si podría cuidar durante unas horas a su hija, porque ella tenía que ir a una entrevista. Al cabo de dos horas llego la vecina y le dijo que no la habían cogido ya que el trabajo era de ayudante de dentista y ella no sabía nada del tema.

A la mañana siguiente, después de mucho pensarlo, Milagros decidió ir a la entrevista a la que había ido a su vecina con pocas esperanzas de ser contratada. Cuando llegó se sorprendió al ver la gran clínica, todo era muy lujoso y bonito así que su ánimo bajó  aún más.

La recibió una chica con un uniforma blanco, la cual le dijo que pasara y esperara en una sala. En la sala había más mujeres que también iban a hacer la entrevista. Tras un par de horas esperando, la muchacha del uniforme le indicó que pasara a un despacho. Milagros se quedó un poco paralizada cuando entró y vio a un hombre algo, de mediana edad y elegante. Tras una larga charla, Juan el dentista, debido a la simpatía de Milagros y a su interés decidió darle una oportunidad contratándola. Milagros fue corriendo a casa para contarles la gran noticias a sus hijos, los cuales se alegraron y felicitaron a su madre.

Unos meses más tarde, Milagros había aprendido mucho, le encantaba la forma en la que Juan le explicaba lo que pasaba a cada paciente. Una tarde se quedó un poco sorprendida al ver cómo a una niña que tenía los dientes torcidos le ponía unos pequeños trozos de hierro en los dientes, los unían con una cosa parecida a un alambre. Cuando Juan terminó le explicó que aquellos hierrecitos eran unos braquets y servían para enderezar los dientes  y hacer que las personas tengan una sonrisa perfecta. Milagros pensó en su hija Ángela y en por qué nunca sonría, así que le preguntó a Juan cuanto costaba ponérselos, pero al contestarle, Milagros se puso triste al darse cuenta de que ese dinero estaba muy lejos de sus posibilidades.

Seguía pasando el tiempo y Milagros cada día estaba más fascinada por Juan, desayunaban juntos y compartían sus problemas intentando ayudarle el uno al otro. Esa tarde, Milagros llevó a sus hijos a la clínica para que Juan les echara un vistazo. Roberto tenía unos dientes muy bonitos y Rosario sólo necesitaba lavárselos más a menudo, pero Ángela por fin dejó de sentir dolor de muela y Juan le dijo que necesitaba unos braquets. Ángela se ilusionó bastante al pensar que por fin podría sonreír tranquila pero cuando le dijo el precio, ella misma sabía que sería imposible ponérselos.

Unos meses después una tarde de mayo Juan llegó muy serio al trabajo, apenas hablaba con nadie y al ser Milagros una buena amiga, no dudó en preguntarle a qué se debía esa cara. Tras un rato, Juan decidió contarle a Milagros que se estaba separando de su mujer, ya que esta le había engañado. Milagros, aunque sentía tristeza por él, no aguantó más y lo besó. Juan se quedó sorprendido y no sabía qué hacer , así que Milagros tras darse cuenta de su atrevimiento decidió marcharse.

Pasaron algunas semanas más y Juan no podía sacarse a  Milagros de la cabeza, así que decidió ir a verla. Cuando llegó a la casa no se creía lo que estaba viendo, no esperaba que viviera en una casita en tan mal estado y sin pensarlo más llamó a la puerta y cuando la tubo frente a él la besó. Desde ese momento la vida de Milagros y sus hijos cambiaría.

Se fueron a vivir a la casa de Juan, una casa no muy grande pero que era perfecta. Todos tenían su propio cuarto, además de zapatos, ropa y material para el colegio. Rosario dejó el trabajo de camarera y aunque no le gustaba estudiar decidió al menos intentar ser auxiliar de enfermería. Roberto se propuso que de mayor sería un gran veterinario, sin embargo para quién más cambiaron las cosas fue para la pequeña Ángela, a la cual le pusieron los braquets y sonriendo desde ese momento supo que de mayor sería una fantástica dentista.

TITULAR  Una familia con un poco de suerte

AUTOR  Marta Delgado Martínez

COLEGIO Adersa VI Campofrío

CURSO 6º primaria

 

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