Un día de otoño, Lucía y sus amigas fueron al parque a jugar después de hacer los deberes. Ella era la más atrevida de su grupo hasta el punto de que sus amigas siempre la animaban a hacer cosas que ninguna se atrevía. Esa mañana le dijeron: “No eres capaz de subirte a la pingorota del castillo”. Hacía escasamente una semana que habían puesto aquel enorme castillo con resbaladeras y toboganes interminables, pero no era obstáculo para ella y se atrevía con todo, por ello les contestó: “Ahora mismo veréis”.

Comenzó a trepar por la resbaladera, de allí subió por las paredes de plástico mientras sus amigas las observaban boquiabiertas y, por último, aguantaron la respiración cuando vieron cómo se encaramaba al tejadillo azul para tocar por fin la pingorota. Cuando finalmente la alcanzó, todas estallaron en aplausos y allí, en todo lo alto, Lucía se sintió la más valiente del mundo. Pero ocurrió lo que nadie quería, en un descuido mientras estaba inmersa en sus pensamientos no vio un trozo de plástico  que sobresalía del tejado y tropezó con él. Si tardó poco en subir, menos tardó en bajar, ya que cuando quiso darse cuenta estaba boca abajo en el arenero con la cara llena de tierra y con algún que otro moratón producido por el porrazo que se acababa de dar. No se lo podía creer. ¡Qué vergüenza!, pensó.

Cuando se fue levantando poco a poco, mientras se recuperaba del susto le dijo a sus amigas sonriendo y tratando de quitarle importancia: “Vaya porrazo que me he dado, pero miraros ¡si estáis más asustadas que yo!”

  • Lucía – dijo Cinta- ¡tus, tus, tus dientes…!
  • ¿Qué le pasa a mis dientes, Cinta? –dijo Lucía
  • ¡No están como estaban antes! –exclamó Cinta

Del porrazo que se había dado en la boca, algunos dientes se habían movido, sobre todo las paletas.

Salió disparada como una bala hacia su casa para mirarse al espejo, cuando lo hizo vio que su sonrisa había cambiado completamente, algunos de sus dientes estaban tan torcidos que le costaba trabajo hasta de mirarlos y se sintió la más desgraciada del mundo, hasta tal punto se echó a llorar desconsoladamente.

Su madre cuando la vio y tras enterarse de lo que había pasado intentó tranquilizarla y consolarla, pero Lucía estaba hecha un mar de lágrimas. Pasaron los días y Lucía al ver que sus dientes seguían torcidos fue dejando de sonreír poco a poco, llegando incluso a taparse la boca cuando sonreía o hablaba. Pasó de ser una niña alegre y extrovertida a una niña tímida e insegura.

Cuando se acercaba el invierno y llegó la puja de Reyes Magos, se enteró de que su amiga Cinta salía de estrella de guía y al ir a felicitarla le dijo:

  • Lucía, quiero que salgas conmigo, a mi lado, ya que eres mi mejor amiga

Lucía pensaó “¡Qué horror! ¿Cómo voy a salir en la carroza con estos dientes? Si ni siquiera puedo sonreír…” y le dijo a Cinta que sí con la boca chica.

Al enterarse sus padres de ello y viendo lo preocupada que estaba ya que ni siquiera quería salir en las carrozas, le dijeron que se tranquilizara, que había solución para todo y que algún día volvería a sonreír como antes. Un viernes por la tarde, cuando llegó a su casa después del colegio, le dijeron sus padres:

  • Lucía, hoy vas a empezar a sonreír de nuevo

Ella no entendía nada de nada pero sus padres le dijeron:

  • Confía en nosotros

Esa misma tarde fueron a una clínica dental llamada Boccio, ya que sus padres habían decidido ponerle unos braquets. Lucía le dijo a sus padres que no quería, ya que iba a estar más fea todavía. Sin embargo, cuando se los pusieron y vio que eran transparentes se sintió más aliviada y más aún su cabe, cuando el dentista le dijo que no se preocupara, que en poco tiempo estarían los dientes en su sitio. Pasaron los días y entres unos poquillo de dolores ella comenzó a ver los primeros resultados, no se lo podía creer, lo dientes comenzaban a volver a su sitio. Cuando llegó el temido día de las cabalgatas, se levantó por la mañana, se miró al espejo y lo que vio la dejó sin palabras y con una sonrisa de oreja a oreja como hacía tiempo que no lucía. Observó que por fin todos los dientes estaban en su sitio y se sintió súper feliz. Se vistió desde bien temprano para estar guapa y cuando llegó la hora de reunirse con sus amigas, las abrazó, las besó y sonriendo como nunca, subió a la carroza como un rayo, deseando que comenzara el desfile. Durante el recorrido no dejó de lucir su nueva sonrisa, tirando caramelos y serpentinas sin parara. Esas navidades fueron las más felices de su vida, nunca se le olvidarán así como tampoco se le olvidará la cantidad de caramelos que tiró al pasar por la clínica, donde estaban sus padres, en agradecimiento por lo que todos había hecho por ella.

TITULAR  Lucía y su mágica Navida

AUTOR  Valentina Rodríguez García

COLEGIO CEIP Maestro Rojas (Nerva)

CURSO 3º Primaria

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