¿Braquets? La primera vez que mi padre escuchó eso pensó que era un futbolista del Barcelona (Busquets).

Esta bonita historia comienza un maravilloso lunes por la tarde, aunque lo de maravilloso duró poco tiempo…

Javier y David son dos hermanos de once y siete años de edad, alegres, buenos estudiantes y futbolistas.  Después de uno de los entrenamientos, el pequeño David llegó a casa con dolor de muelas y así empezó todo.

Sin dudarlo ni un momento su papá y su mamá lo llevaron al dentista. Pues bien, no sólo le empastaron tres piezas, sino que le dijeron a sus padres que su hijo tenía la mordida cruzada. Necesitaba cuanto antes un aparato para corregirle ese problema. Hasta ahí todo parecía fácil, pero en realidad había un pequeño inconveniente. Sus papás eran como muchos papás en España. Mamá trabajaba a media jornada en un supermercado y su papá estaba parado. ¡Ah! y por supuesto con su maravillosa hipoteca a 25 años, como buen español.

A papá no le importó. Cogió a su pequeño y lo llevó a Clínica Boccio, que según comentaban era la mejor que había y él quería lo mejor para su hijo. Ya en la consulta, hablaron mucho rato, hicieron fotos de sus dientes y le dieron un fantástico presupuesto. Sólo constaban los braquets o los hierros, como dicen los niños, 1.550 €.

David era pequeño todavía pero sabía que eso su familia no lo podía pagar. Sin ir más lejos, el coche familiar que tenían, al que llamaban ‘huevito blanco’ por ser pequeño, les habçia costado 400 € y tuvieron que pagarlo en cuatro plazos ¡casi ná!

David se dio cuenta de que a sus padres les cambiaron las caras. Ellos no son morenos de piel, o sea que son blanquitos, y más blanquitos se quedaron después de la noticia. Notaba la tristeza en sus caras y como les sudaban hasta las manos.

Pesnó que no le pondrían los braquets y que tendría sus pequeños dientes cpmo los de su padre, ya que la abuela no le pudo llevar nunca al dentista. Pues…. ¡alucina vecina!… Sin pensarlo dos veces, dijeron muy convencidos que se pondrían manos a la obra. Ya marchábamos para casa en nuestro mini coche y empezaron a planear como se pagaría el aparato.

Y… ¡eureka! … surgió la idea. El padre dijo: “Los hierros con hierros se pagan”.

¿Qué…? Yo no lo entendía. Da igual, seguro que sale bien, pensé. Cuando llegaron a casa hablaron un buen rato. No podrían ahorrar dinero suficiente fumando menos, pues no fumaban. Tampoco si bebían menos, pues no bebían. Y tampoco si salían menos, pues no salían. Tampoco confiaban en la lotería, porque no jugaban. ¿Cómo lo harían? Para colmo se rompió el microondas y el calentador del gas. A perro flaco, todo se le vuelven pulgas…

Papá le dijo a mamá que no los tirara, que esa era la hucha de mis dientes y así fue. Toda cosa que tuviera el mínimo de hierro, la desmontaba y la echaba a un montoncito que se fue haciendo cada vez más y más grande. Todo servía… un televisor, un frigorífico, una rueda, una cama, mi bicicleta vieja, las latas de refresco… incluso cuando salíamos a caminar por el campo, toda la chatarra que veíamos la metíamos en la mochila.

No sé si tendría mis dientes derechos algún día, pero por lo menos aprendimos a reciclar casi de todo. Necesitábamos diez mil kilos de hierro para que salieran las cuentas. Parecía imposible. Sin duda me equivoqué. Cuando llegó el momento de ir a la consulta, ya tenían mis padres el dinero. Tardaron un año en ahorrarlo. Me quedó claro que con ganas, esfuerzo e ilusión se pueden hacer cosas que parecen inalcanzables.

David, que era muy buen chaval, pensó que cuando se quitara los braquets, que eran de hierro, se los daría a su padre y que fuera haciendo otro montoncito para cuando le hiciese falta a su hermano Javier.

Este cuento no es un cuento, es real como la vida misma. Papá y mamá son mis padres, Javier es mi hermano y esta es mi historia. Lo menos que podía hacer es relatarla, para que mis padres sepan lo orgulloso que estoy de ellos y como no sé si algún día les podrá pagar todo el esfuerzo que han hecho para que yo tenga una bonita sonrisa, me presenta a este concurso y si gano poder darles un regalito, que de verdad se lo merecen.

Yo no sé escribir esto tan bien y los mayores me han ayudado un poquito… ¿pero eso no es trampa, verdad?

TITULAR  Una hucha para mis dientes

AUTOR  David García Reina

COLEGIO ONG

CURSO 2º primaria

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